No es necesario golpear para hacer daño, una palabra duele, el silencio duele, una traición duele, el desprecio duele, la indiferencia duele.
Las palabras duelen, y más aún, si las dicen las personas que queremos, por eso, ni golpes que dañen, ni palabras que duelan.
Las palabras duelen más que cualquier golpe. Porque ellas penetran en la mente, se instalan en ella y se transforman. Cambian la seguridad de las personas, por miedo, la alegría por una profunda tristeza.
Las personas que son responsables de este tipo de abuso verbal son autoritarias y buscan tener a los demás bajo su control. Ellas viven del chantaje y la manipulación, son inseguras, y necesitan ayuda sicológica. Su forma de proceder constante es a base de mentiras y de críticas. Ellas son perfectas, nunca admitirán que se han equivocado. Siempre son los demás los que no tienen la razón.
Gritan, porque no pueden obtener respeto de la manera correcta.